Camilo desechaba famas y flashes.
Por Pedro Krulewesky…
“De mirar profundo y decir directo, la firmeza era la vela que el viento llevaba ríos y mares adentro. Y en tierra se plantaba arraigado y calmo...”
Lo conocí en su primer visita a los restos de la casa donde su padre vivió cuando niño en Caraguatay. Si bien no pasamos toda la tarde charlando, algunas cosas me contó. Y preguntó otras tantas. Los dos queríamos saber casi de lo mismo, pero su empecinamiento documentalista era imposible de seguir.
Su enorme mirada -que parecía abarcarlo todo-, y su frontalidad atravesaban pinares y se refrescaban en la isla de los monos, frente al patio del museo que guarda retazos de la historia del más nacedor de los muertos.
En esa oportunidad Camilo había levantado un dedo para apuntar y su voz disparó: “Basta… Nada de fotos ahora; les pido respeten este momento, quiero estar a solas”, cuando se detuvo frente a los restos de la derruida construcción en la que vivió su padre, y dejó sin probar el mate que Juan Perié le había convidado, frustrando a quienes pretendieron recrear -con él de protagonista, una de las míticas fotografías de su progenitor.
Después recorrimos el predio hasta detenernos en uno de los saltos de agua y refrescarnos un poco. Me contó de sus tareas de acopio y clasificación documental del Centro de Estudios que dirigía en La Habana. Que todo el material audiovisual que estaba registrando en Misiones, más lo de Rosario, Córdoba, Bariloche -y otros lugares del país, revitalizaría la obra nunca concluida.
Y que no era fácil ser el hijo de tal padre.
Repetía que sólo era eso. El hijo de su padre.
Por eso rechazaba adjetivaciones, agradecimientos y agasajos. Homenajes y honras. Comilonas y postres empalagosos.
Hoy pienso que tenía razón. Que Camilo Guevara March solo fue el hijo de Ernesto Che Guevara. Nada más, pero nada menos; lo cual no es poco y lo es todo a la vez.
Había nacido el 20 de mayo de 1962, y su nombre fue el homenaje que el Che hiciera a Camilo Cienfuegos, el gran comandante cubano de la Sierra Maestra.
Camilo murió este lunes de un infarto, a los 60 años.
Tal vez ahora si pueda jugar con su padre como nunca pudo antes. Reír sin aguantarse las cosquillas, correr por el montecito y arrullarse en los brazos del más alumbrador de los hombres.
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