Situada en cercanía de la ribera de Barra Concepción, en su territorio vivieron tres generaciones de familias isleñas, que debieron abandonar la isla en 1983, luego de una inundación sin precedentes. Hoy es un paraíso natural sin presencia humana, que potencia el paisaje del “río de los pájaros”. Investigación y fotos: Sergio Alvez
Con una extensión longitudinal de 5 kilómetros y enclavada en las aguas del río Uruguay, la Isla San Lucas Grande fue el último refugio de una comunidad isleña en la provincia de Misiones.

Este territorio fluvial se ubica frente al pequeño paraje Barra Concepción, perteneciente al municipio de Concepción de la Sierra, donde actualmente residen varias personas que nacieron y vivieron en la isla.
Con cauce normal del río, entre la isla y la costa de Puerto Concepción, hay menos de 500 metros de distancia. Cuenta la historia, que en 1983, una de las crecidas más importantes que experimentó el río
Uruguay en todo el siglo XX, acabó sepultando la isla San Lucas, donde vivían decenas de familias que con la crecida, perdieron sus casas y pertenencias, pero que además nunca pudieron regresar.
Paraíso
Hoy en día, la isla le aporta al paisaje del río un colorido propio de postales. Completamente
cubierta por capas de selva, allí conviven especies arbóreas autóctonas (urunday, guayubira,
frutales, etc) y animales propios de la región: carpinchos, tatúes, monos carayá, reptiles e
incluso felinos de monte. El lugar prácticamente no registra rastros de presencia humana, a
excepción de algunos resabios de fogones de pescadores y pequeños rozados de vieja data.
Sobre un sector de la isla, se observan varios tachos de plástico incrustados al ras de suelo,
que despiertan inmediata curiosidad. Se trata de elementos que el ya extinto Consorcio
Energético del Río Uruguay –que tenía a su cargo los estudios de factibilidad ambiental de la
hidroeléctrica Garabí/Panambí- dispuso para colectar muestras relacionadas a la fauna del
lugar.

Sobre los márgenes de la isla, anidan garzas blancas de gran tamaño, que suelen revolotear en bandada alrededor del cayo. Aunque es un lugar de alta dificultad para recorrer, ya que no hay senderos de ningún tipo, bordear su geografía a través de una canoa o lancha, resulta un espectáculo de gran belleza.
Historia
La isla San Lucas se comenzó a poblar a principios del siglo XX, cuando personas oriundas de
Brasil, cruzaban el río Uruguay huyendo de los “bandeirantes”. De este modo la isla comenzó
siendo un refugio salvador, pero con el tiempo se convirtió en el hogar de decenas de familias,
que aprendieron a regirse por una organización comunitaria en la que se prescindía del dinero
y se aprovechaba la notable fertilidad de su suelo. También la pesca y la cría de animales
fueron fuentes importantes de subsistencia para los isleños.
Así, tres generaciones de isleños vivieron armoniosamente en la isla San Lucas. Hasta que la
crecida histórica de 1983, conllevó a que las autoridades decretasen la imposibilidad de
residencia en el lugar. Los registros de la Prefectura Naval, cuyo puesto está en la costa de
Barra Concepción, frente a la isla, indican que aquella vez el agua alcanzó los 20 metros (la
media es de 5 a 7 metros).
“Hay que tener en cuenta que en aquellos años no existían las tecnologías en comunicación
que existen ahora; antes no había forma de prever ciertas cuestiones. Y en las inundaciones,
siempre se iba a rescatar a los isleños, porque la isla quedaba bajo agua. Pasaba un tiempo, el
agua bajaba y la gente volvía. Hasta que después de lo que pasó en el 83, el entonces
intendente Osudar, prohibió que se vuelva a poblar la isla San Lucas” recuerda un ex
prefecturiano radicado en Concepción de la Sierra.
Memorias isleñas
Marta Martínez, antigua habitante de la isla, e hija de don Honorio Martínez, un pionero del
lugar, recordaba que su padre y un tío llamado Florencio “estuvieron entre los primeros que
llegaron a la isla. Nosotros somos cinco hermanos, todos nacidos en la isla. Y si no hubiera
llegado la crecida del 83, podríamos decir que seguiríamos viviendo allí. Era nuestro pueblito,
con la única diferencia de que estábamos rodeados de agua. Pero todos nos ayudábamos y nos
queríamos mucho, entre las familias que allí vivíamos se compartía todo”.
Así mismo, Marta contó que “con cada inundación perdíamos cosas, pero luego nos
recuperábamos; pero aquella última vez las casas fueron arrastradas de cuajo por el agua y no
hubo forma de salvar nada. Me acuerdo de mi madre, Urbana Irala, isleña también, quedó muy
triste por haberlo perdido todo y en los primeros años posteriores me fui a vivir con ella a
Monte Hermoso, después volví a Barra Concepción y me quedé acá”.
“Yacaré” es el apodo de un conocido pescador que vive en la costa de Puerto Azara. Este hombre nació y se crió en la isla San Lucas. “Me acuerdo de varias cosas. Yo allí aprendí a pescar desde chiquito. Todo el día comíamos guabiroba, una fruta que abundaba en la isla. Y se pescaba mucho. Había salmón. Salmones grandes pescábamos. Hoy ni de casualidad se ve un salmón en el río Uruguay, porque depredaron todo” cuenta “Yacaré”.
María Alvez, también ex isleña, evoca que “la abundancia que había era total. Nunca faltaba
comida. Por ejemplo, había tanta banana, que se solía hacer entre los vecinos, un concurso
para ver quien comía más. Se ponía una mesa larga llena de banana y los participantes iban pasando”.
Por su parte, otro vecino de Barra Concepción que supo residir en la isla, contó que su abuelo
“tenía campos en Brasil y tuvo que dejarlo todo por los ataques de los bandeirantes, así llegó a
la isla San Lucas, a esconderse. Se instalaron en la isla, estuvieron un tiempo y luego volvieron
a Brasil a buscar más gente. A medida que la gente se iba comunicando, la isla se fue
poblando. En la isla se consumía lo que se plantaba y lo que se criaba de animales. Se
ordeñaban las vacas y teníamos leche todos los días. También se pescaba mucho, alcanzaba
hasta para darles pescado a los chanchos. Sacábamos el agua del río y filtrábamos para poder
tomar cuando el río crecía. Pero normalmente crecimos tomando agua del río, porque estaba
limpia”
El antiguo isleño Miguel Da Silva, comenta que “se había abierto un camino de punta a punta
de la isla, y se hacían carreras de caballo. También hacíamos bailes y muchas fiestas. Las
navidades se celebraban con todas las familias juntas”.

“Las aguas se llevaron todo. Las casas fueron arrancadas de cuajo. Todo era de madera.
Flotaban las casas en el río embravecido, los animales boyaban, había vacas en las copas de
los árboles, víboras por todos lados, fue un desastre, pero por suerte nadie se ahogó. Pero
nunca más pudimos volver. Sólo quedaron nuestros muertos, ya que teníamos un cementerio”
recuerda otro isleño.
Según archivos históricos, al momento de producirse la inundación de 1983, en la isla residían,
289 personas, que en su mayoría se terminaron afincando en Barra Concepción, en tierras
donadas por un vecino llamado Arnaldo Pratt.